jueves, 25 de abril de 2024

Parnaso

 PARNASO


Por Antonio Baeza Henríquez "Galgo", escritor bestia, 2020


Hace ya algunos meses que vienen llegando poetas hombres, mujeres e intersexuales a éstas, las ruinas del Oráculo de Delfos en el Monte Parnaso. Se trata de poetas que vienen a ejercer aquí la llamada patria simbólica que les correspondería de acuerdo a lo indicado por la antiquísima tradición. El lugar es un desastre: Latas de cerveza, botellas quebradas de vino y preservativos usados que cuelgan y gotean sobre los pilares rotos de los restos del Templo de Apolo o Delfinion (Δελφίνιoν). Un poco de fiesta y mucho más de desánimo y nihilismo gobiernan discretamente esta ocupación que algo ha dado de hablar a la prensa griega e internacional y que ha traído un par de veces acá a una policía blanda y amable de la cual ya 6 poetas se han desprendido. Se trata de un caos sostenido que a la oficialidad no le quita el sueño y que, de hecho, mantiene al público en aquella específica zona en la que la indignación alcanza para la condena al ver la pantalla del teléfono o la televisión pero no como para tomar acciones directas. Un buen poco de personas apoya desde lejos esta gesta patriótica de la sensibilidad. Los guardaparques decidieron, en reunión sindical, no calentarse la cabeza ante lo que consideran un problema ‘sostenible y autosostenible’. Claro, pues tampoco el desorden es eterno. Tenemos turnos de aseos que funcionan cada día mejor, aunque a veces se nos acumula basura si la vista hacia el valle nos atrapa en el poemar.


Yo no tengo casa y por eso me vine para acá. Mi libreta, algunas mudas de ropa que caben en una mochila de campamento, una carpa personal, un colchón inflable, útiles de aseo al por mayor, una olla, una cocinilla y unos cuantos soquetes de gas son mi equipaje. No traje libros porque me aburrieron todos. Yo vine aquí a escribir. Igual voy a tener que ir a buscar víveres cada cierto tiempo al pueblo cercano de Delfi (Δελφών) y para eso necesito dinero. Suelo no tener mucho pero lo que junto es gracias a que, en esta Grecia que aún persiste en su bello alfabeto, la barrera del idioma no me impide presentar mi infalible base-­para-­rutina de mimo en los semáforos a cambio de monedas. Olvidaba mencionar la pintura de cara para mimo que traigo también en mi inventario de objetos. Me queda poca, así que tendré que reponerla. Hablo de ‘base-­para­-rutina’ porque en realidad siempre improviso sobre una base estable de movimientos y escenas. Me recito un poema internamente y eso me evoca algunas caras que, de acuerdo a lo que he visto, causan impacto en el público contingente compuesto de automovilistas y transeúntes. Ha sido bonito porque incluso se han dignado a aplaudir un par de veces. 

Pienso escribir mucha poesía y ojalá versificada de modo libre y con estrofas larguísimas que exijan pausa al rapsoda para respirar o tomar agua. La emergencia de esas pausas puede ser azarosa en un principio. Luego de varias lecturas, quizás la gente haría una cartografía de tales poemas señalando que algún verso hoy indeterminado sería bueno para parar un poco. Me aterra que la poesía sea dominada por el lector. Prefiero que sea terreno agreste que exija exploración. Quiero que mis poemas sean largos, como dije, y crípticos. He pensado también en poemas cíclicos, como mantras o incluso neumáticos rayados. Explico un poco esa idea: pintar de blanco o algún color parecido un neumático y escribir allí versos que empiecen en alguna zona y vayan tejiendo un anillo que de la vuelta al círculo. La última palabra se toparía con la primera y ello puede ser una conjunción mágica si se procura que haya continuidad de frase entre las dos. Una frase circular sin inicio ni fin. Los recovecos de los dibujos del neumático permitiría que además el hilo de texto de cada verso singular e infinito recorra trayectorias quebradas. Creo en la poesía como creación de nuevos continentes inexplorados y no como un oficio de sastrería en el que se presenta a quién lee un trozo cómodo y asible, a su medida.


Era casi obvio que las y los poetas aquí presentes iban a idear una manera de reinstaurar el Oráculo de Delfos. Lo comenzaron a hacer pues se interesaron por el modo mediante el cual las pitonisas de inspiraban: Algo brota desde una grieta y ello lleva a un trance iluminado que permite acceder al conocimiento de lo privado a los sensorios sobrios. Cuenta Heródoto y sobre todo Diodoro Sículo que esa grieta es el origen del Oráculo. Unos pastores la descubrieron al ver que sus cabras se comportaban de manera muy extraña al acercarse. Uno de ellos ingresó a la grieta y salió en estado psicodélico y constatando en sí mismo la capacidad de ver hacia el futuro cercano, hacia el pasado y hacia el presente desconocido. Se corrió la voz y mucha gente entraba a la grieta buscando vivir lo mismo. No pocos jamás salieron de ella. Ante eso, se instaló un trípode sobre la grieta que permitiera a quien se siente allí entrar en el trance sin riesgo de perderse en la grieta. Dada la valoración, en la Antigua Grecia, de las vírgenes como personajes desprovistas de la contaminación de la vida, se dispuso que ellas fueran las que extrajeran el mensaje del Oráculo. Se les llamó Pitias. La tradición occidental luego acuñó el término "pitonisa" a partir de ellas. Luego de una vez en que un inescrupuloso consultante violó a una de ellas, se dispuso que desde entonces deberían ser mujeres sobre 50 años de edad las que cumplieran la labor de pitias, usando, eso sí, la indumentaria de las vírgenes originales en honor a ellas. El motor del Oráculo era el dios Apolo, el sol mismo, facultativo también de la opulencia y, en una contradicción quizá hasta burlesca, de la poesía. Se pensaba que en invierno no podía hacerse actividad oracular porque Apolo viajaba en esa fecha a la Hiperbórea ­-milenios después, tierra prometida del nazismo esotérico-­ pero, durante el resto del año, se tomaba una cabra y se le vertía agua helada para constatar si tiritaba. Si así pasaba, se consideraba que estaban dadas las condiciones para una consulta. Se ofrecía la cabra en sacrificio. Téngase todo lo anterior presente ahora que retomaré la re­edición del Oráculo por parte de este revoltijo de hedonistas, eruditos, multiartistas, alcohólicos, nihilistas, cuasi­ suicidas -­dos de hecho lo hicieron tirándose por un peñasco hacia atrás; no me ofrecí para ir a buscarlos pero sí para cavar sus tumbas y prepararles pequeñas coronas florales el segundo día de mi estadía-­ y energúmenos irracionalistas.


Cabras andaban en el cerro. Ello permitió que no hubiera problema en contar con ellas para el revival del Oráculo. No se echó agua fría sobre ellas ­menos mal porque me habría opuesto, aunque no sé si podría haberlo evitado­ pero si se les faenó y se les puso a cocinar en fuego lento y con una buena cantidad de humo. Algunos olivos muertos que estaban por allí fueron leña ideal regalada por Apolo a quienes allí esperábamos el amanecer después de tantos siglos de noche. Algo más de la mitad de los hombres y mujeres de poesía traían túnicas blancas desde sus lugares de origen. Otro buen poco andaba desnudo. Yo a veces estaba de mimo y a veces de mochilero, sin mayores pretensiones. Una vez me pinté los labios, quizá el tercer día. No me gustó porque después cuando fumé cáñamo sentí los químicos del labial en el papel ardiendo. Las condiciones para el Oráculo estaban dadas. Una mujer anciana, de jocosa actitud y sombría mirada, fue la primera que se acercó a la grieta. Los demás miramos entre atónitos y morbosos. Yo me tomo una pilsen y atrás dos hombres se sobajean entre sí. Brotan algunos vapores de la grieta. Leí por ahí que la ciencia había descubierto que butano, metano y otros hidrocarburos estaban presentes en tales emisiones. La magia de mata de inmediato con ese tipo de datos malintencionados por parte de la ciencia. Igual bonito saber que los designios vienen de algo similar a jalarse un balón de gas. Así debió haber sido siempre y qué bonito imagino el haberlo vivido por siglos sin saber el spoiler científico. De hecho, igual agradezco el dato porque me quita un poco el miedo a ofrecerme de pitoniso. Lo haré luego si es que no hay una fila de valientes e inspirados, aunque en general la mayoría está ocupado en la juerga. La señora se acercó a la grieta y se sentó en un banquito blanco de supermercado ­de aluminio eso sí, no de plástico, menos mal, o si no hay riesgo de que ceda y la gente caiga y muera allí­ a esperar el designio. Ella llevaba túnica. Se le cubrió con dos más de las mismas. Empezamos a emitir colectivamente un sonido muy grave, similar a lo que hacen los monjes del Himalaya, en una suerte de soporte gregario a la inspiración divina. Comienza a hablar el oráculo por medio de una poetisa con el sistema nervioso ya bastante alterado y de golpe. Así dijo y así se dirá que dijo:


Monos que nacen

Monos todos

Monos que no nacen

Mueren

Transfigurados aspiran a nacer

Nuevamente a nacer 

Transfigurados como la tierra 

Transfigurados como el agua 

Transfigurados como figuras 

Figuras en muros en la noche 

Figuras maltraídas en sombras 

Sombras que transfiguran

Cual si el maestro de sombras chinas

Quisiera aterrorizar a la misma luz

Que es lienzo radiante de sus signos

Signos como figuras en frío

Frenos modestos universales

Cárceles despreciadas pero con jaulas

Parnaso que brilla en cárceles

Luz limitada y canalizada

Terrazas de energía matan hambre

Terrazas de silencio juegan azar

platos servidos a dioses baguales 

Cantos levantados a los baguales 

Cuadernos vacíos baguales 

Cosmos baguales 

Bagual


Se durmió inmediatamente luego de la última palabra. Saqué mi lápiz pasta y traté de anotar un verso, pero no escribió. Tenía tinta pero no bajaba. Aplique sabiduría de eones y froté con mis manos el lápiz pasta haciendo que gire y se caliente. Logré que rayara. Me dispuse a escribir y se me fue la idea y las ganas. Fui a ver a unas chicas griegas ­que no dijeron de dónde venían pero aseguraban ser de cerca del lugar­ que conocí al llegar. Busqué su carpa naranja, la única del campamento. Cuando las encontré, abrí el cierre de la carpa y las hallé haciendo una orgía con un tipo con mucho aspecto de vikingo. Me invitaron. No acepté porque no me nació mucho con la mirada hostil que el escandinavo me lanzó, macho alfa temeroso de que sus genes simbólicos fueran amenazados por un satélite como yo. O quizás incluso quería esparcir por la tierra sus genes materiales. Quizás hasta quiere embarazar a las griegas o no tenga problema con eso. Quise acercarme a la ladera del Parnaso. Sentí ganas de meditar y así lo hice mientras miraba a una pequeña lagartija caminar sobre las rocas como quien da un paseo para fingir escapar de una circunstancia inevitable. Lamento no saber de qué huía el pequeño reptil porque yo me encuentro probablemente muy cerca de la fuente de su pavor. Me afectó un poco la emisión de gases de la grieta del Oráculo. Lo noto porque los colores de la lagartija me parecen extremadamente coincidentes, pintados por un artista con mejor gusto que cualquier humano. El serpentear del reptil pareciera mover levemente, ante mis retinas viscosas, las manchas de pintura que se ven hasta de témpera, cual trabajo de técnico­manual de algún hijo de dioses que presenta cierto talento precoz en la creación de vida. ¿Quién me habrá pintado dentro del útero de mi madre? ¿Cómo acceden allí los artistas que ejecutan los diseños de vida? Son los mismos dioses, creo yo. Residen en nuestras células pues su operar es manifestación de su voluntad. ¿Qué hay de común entre las voluntad de quién me creó a mí y la del ingenioso que pintó tan bonito a esta lagartija? Me he lanzado a descansar en una roca que está muy fría. Junto a ella, en el sitio donde cae mi mano, otra roca está muy caliente, es más rugosa y convive en tierno y frágil matrimonio con una flor que no identifico pues sólo la palpo y no la veo. La brisa me trae algo de hálito alcohólico de algunas poetisas que beben espumante a algunos metros de acá. Vuelve la lagartija. Esta caminando sobre mi y sus patitas están también frías y me hacen cosquillas. Es algo más grande. Creció. Cómo si se hubiera comido un hongo a lo Mario. Sigue creciendo y se alarga. Siento horror pero un horror calmo y placentero. Me entrego a esto. Está entrando por mi ojo. La lagartija se está metiendo a mí y mi percepción de tamaño se modifica, pues estoy igualando dimensiones con el reptil y ahora veo sus colores dentro mío pues, de hecho, ahora estoy mirando hacia mis entrañas. Parece una caverna de gelatinas colorizada con exactamente la misma paleta de colores de la lagartija y con una leve variación incidental en las formas pero con un estilo similar. La lagartija recorre dentro mío haciendo camino con algo de esfuerzo entre mis vísceras. Ahora es transparente. Parece de vidrio. Salgo hacia afuera en visión. Miro la copa de los árboles en una resolución nunca antes vista. Vomito junto a un arbusto de frutos morados que brillan mucho. Su brillo de hecho me hace vomitar de nuevo. Vienen unos matones pelados pegándole patadas a un desafortunado que viene atrapado en una malla, sufriendo de una manera muy similar q una pelota que rebota en los puntapiés de un caminante. Lo bajan al suelo y aumentan la intensidad de su violencia. Se percatan de que estoy allí. Uno de ellos se acerca a mí, toma una piedra y me la lanza en la cabeza con una crueldad que ni siquiera puedo dimensionar, aunque sí identificar como al menos 10.000 veces el monto de mi dolor. El matón me arrastra y me lleva hasta donde el otro malogrado ya se ha acostumbrado al masoquismo involuntario. Nos patean y nos escupen. Nos mean encima. Mi estado psicodélico ha dejado de tender a lo visual y sólo encuentra ahora formas de hacer más rebuscada la experiencia de mi dolor. La humillación se mezcla con los pedazos de tierra, polvo, gravilla y pasto que me estoy comiendo. Increíble la ausencia de fatiga en estos ultraviolentos. Uno de ellos ha empezado a cavar un hoyo. Siguen pegándonos. Cavan, golpean, cavan, golpean. El agujero tiene dos metros de profundidad. Es una tumba. Me arrojaron allí primero sin delicadeza alguna. Ahora arrojaron al otro y su cabeza chocó con la mía al caer, con récord de dolor dentro de todos los dolores que he sentido en este episodio tan desafortunado. Me están enterrando. Me siguen enterrando. Han terminado de enterrarme y me cuesta respirar.



Estaban muy intensas las alucinaciones, pero ya se me pasaron. Un poco de tierra encima mío y un perro jadeante en busca de agua me acompañan. He despertado y estoy acá justo en una ladera cercana a un precipicio, ya en el cono mismo del Monte Parnaso. He logrado pararme. Dudo que haya sido real tal crueldad, aunque me pregunto por qué justo ese contenido mental apareció dentro de muchos otros que se pudieran haber manifestado. Vuelvo caminando con algo de mareo y desorientación hacia el campamento. Está bastante limpio, más que la última vez que lo vi. Un beduino lee y me mira con curiosidad amable. Le levanto la mano de saludo y me convida jachís. Todo el dolor ha pasado. Me dio también unos pancitos súper sabrosos que me han quitado toda hambre y fatiga. Me siento confortable y espacial. Se nos ocurrió la idea de ir a la grieta a vivir el éxtasis poético. La hipótesis del buen árabe respecto al episodio de terror que viví fue la falta de vitaminas a partir de la pésima alimentación que suelen traer quienes recién llegan al Parnaso. Me dio unas tabletas de vitamina C y me propuso ir a buscar naranjas como parte del itinerario hacia el núcleo del Oráculo. He decidido mostrarle algo de mis ideas, aquellas que yacen en cuadernos añejos. Su atención e interés me conmueven: Le llamo amigo. Le mostré mis escritos y dibujos, ­apuntes desordenados, principalmente­ acerca de lo que llamo oráculo de espadas, una suerte de I Ching pero basado en formas distintas. Me explico. Los sistemas oraculares son conjuntos completos que abarcan totalidades explicativas y que pueden ser consultados mediante invocaciones del azar de manera simple ­como lanzar una moneda o dado­ o compleja ­como los hexagramas del I Ching, libro de las mutaciones chino. ­No todos los oráculos son sistemas oraculares; este mismo de Delfos es un ejemplo de los que no lo son­­. Precisamente por ser sistemas de totalidad, soportan el azar, pues el resultado que arroje una consulta va a estar siempre dentro del marco de las respuestas plausibles. En el caso de una moneda, el sistema oracular puede rezar: “La moneda va a caer en una de estas formas: Cara, sello, canto o forma irregular indefinida”. Los sensorios racionalistas dirán: “Es una trampa”. Para hacer juicios racionales, quizás. Pero para entregarse al azar, es colchón de seguridad. Consultar oráculos no es irresponsabilidad si las respuestas posibles son consideradas carne a interpretar por parte de quienes acuden a ello. He de ser responsable de cómo tomo el mensaje. Lugar para embusteros hay en este mundo como en todos los mundos, incluso en aquellos que arrogan pulcritud metodológica. El árabe se mostró de acuerdo. Le conté que el oráculo de espadas lo pensé basado en una esfera cuyos tres ejes ­de arriba a abajo, de izquierda a derecha y de atrás a adelante, similares a los ejes “x”, “y” y “z” del espacio basado en coordenadas­ son considerados espadas clavadas por entes imaginarios que aún no logro definir. Estas espadas dividen en 8 zonas el oráculo. No termino de explicarle la idea cuando llegamos donde quienes parecen ser las líderes innatas de esta concentración poética, unas chicas vestidas de bufones -­me agradó mucho su tenida, por cierto; me inspiran para poder planear una nueva base­-para­-rutina en la que pueda ocupar más clavas y menos cuchillos ardiendo-­ que nos hacen señas. Acudimos. Nos abrazan e inmediatamente, sin mediar voz alguna, comienzan a pasarnos cajas llenas de mercadería. Bolsas de arroz, paquetes de salsa de tomate, aceite, salsa de soya, paté y maní es lo que alcancé a ver. Al lado veo a una joven muy obesa que bebe vino con la boca bajo la llave de un tonel muy grande que reza Tselepos en su lomo. Los colores de su piel son hermosos. Lleva una túnica que muestra en su tela un revoltijo de líneas con la paleta naranja-­gris como guía. Mi amigo se acuesta junto a ella y se acurruca. Se besan con mucha ternura, apenas asomándose el erotismo tal como el sol muestra un pequeño arco de su circunferencia al salir en el horizonte. Muchas y muchos poetas que están alrededor empiezan a gritar celebrando el suceso y tirando preservativos hacia la zona donde los besos comienzan a subir de tono. No quiero molestarles. Agarré un par de profilácticos en el aire -­nunca se sabe si sale algo, sobre todo con una rumana que vive a tres carpas de mí y que toca melódica cual si alguna deidad respirara por sus alvéolos­- y caminé directamente a la grieta del Oráculo. He llegado allí. Me quiero sacar la ropa. No alcanzo a pensar en que quiero hacerlo cuando ya lo hice. Me he pintado los testículos rojos -­hay témpera cada tres metros en la senda principal del campamento poético- y me he posado en una postura parecida a la de la flor del loto sobre el trípode. Comienzo a inhalar el gas, esta vez como protagonista. Mucha gente empieza a mirar entusiasmada; lamento quitarle audiencia a mi amigo y a la hermosa gorda que mantiene coito con él. Las caras empiezan a brillar y desfigurarse. Siento electricidad fluyendo por las rutas interiores de mis nervios y es un árbol lo que el patio trasero de mis ojos ven hacia adentro. Recito:


No venga la viga a quitar la miga

del pan abyecto que nos abraza

No venga la zorra a comer cotorra

tras los sucesos lentos del amar

Aspiro propileno, heno, azúcar moreno

y barchechos viejos helenos

Ausculto en silencio los platos buenos

del correr maltrecho del fileno

visitando parias granujas del odio

visitando gradas ausentes de espera

corte del ojo, corte de las esferas rotas

oráculos, espadas, gases, golpes, palas

tradiciones que cargo en mi espalda

coros de la tusa mal acaramelada

cantos hastiados de jarra brava

corifeos traslagueños de la Manchuria

periradiales del hacinamiento en seco

cartas al Perseo que cerró su persiana

tres eslavas usan clavas de marineras

corren tras las amargas bebederas

melocotones en mosaico duelen menos

ríen cielos, mueren carpas, hay teteras

derroteros de muerte ciega y rastrera

malvaviscos en do mayor y sin pepa

orografía de la grafía de loca geografía

rododendros de los filodendros, adentro

rododendros de los quejidos marsupiales

arcas de tiempo, unión, ballesta y clero

bueyes meseros rara vez comen eterno

rayos en la penumbra niegan el sí

vuela equidistante la regente carmesí

hay cocos y palomas, nada se desploma

no hay tarjeta ni vuelo, punto y coma

Coyoma, Coloma, Colomba, la Mamba

Vas del alma a la mansalva del alba 

Balas, calas, dramas de ala de la mala 

Porciones de calostros en retardo 

coreografías siniestras bajo marañas 

carruajes sin fineza raspan la pendiente 

Murcia de Jaén en el México kawéskar 

eleven dagas de gorda vida bajo lente 

viro regalos a la meca burda del azahar 

diamantes diáfanos del día del diácono 

fonotremas y monotremas cuelan lemas 

hurtan jacieles en nouvelles maltiritas 

urgan la hascrita de la dura hufanista 

gordimirar le barrial harapiento jolesta 

cortianaste oj trabaj aldriján mastriari 

oj trabaj oj trabaj oj mirar oj llorar 

ojar birras, cielo, muertes, puentes, besos

besos, más besos, hasta en los huesos 

dar es mirar y tragar butano en Morelos 

dar mirar Morelos tragar en butano es 

Butano Morelos nos da mirar y tragar 

Trago el mirar el Morelos y doy butano 

Morano el trarar del butelos tramiragas 

Pájaros que picotean sobre mi tez gris 

Morano el trarelo del moragas incagas 

pordioseros del silencio vendido a cuero 

trabajemos y donemos el sueldo entero 

paso la gorra y no hay morra que caiga 

mejor la traiga en la benaiga del careo 

pornoseros bajo cero corretean el miedo 

promotivas galucias harcanean balisedo 

Tortaj bal sinifarar helsijente polfanato 

porfirismo gelifanismo hertebana jaure 

tel je oj trabaj oj trabaj barinar bajurida 

vipilira halrcredi jalfguering huliestes 

brimirar husinatia mauritanistica laire 

benaire benaiga bainiciani holiástices 

benaiga benaiga pue gancho puriendo 

puriendo puriendo coltaito el conejero 

conejero meltrabarero justiciano barto 

telografinisti hundira habalasteríastides 

malaborar telofonía en cuelo cielando

derbenando valifanía en culirísgoni 

del foni viene la duri del comer garis 

del baro del Apolo gartaente melo fiero 

fieros perros doran mate en gartanacia 

mascan jaibas y curran aristas violas 

mascan humedales y lloran sinalefas 

miran hacia el valle y moldean ciencias 

derrotan la indiferencia y ofrecen mesa 

apuntan hacia tus ojos y tú lloras fresas 

comentan en el oído titilante de ladridos 

florecen negros humores de los silbidos 

escucho recuerdos que rebotan ciegos 

en las paredes llovidas del mal abrazo 

y pisarán el campo tachado en brazos

y sembrarán después del día de espinas

y bailarán sobre los brazos caídos e idos

y recitarán cada vez que Apolo duerma

y olvidaremos las doncellas en la berma 

restregarán las putas nuestras togas 

sobre el techo de la choza de tu dormir 


¡Responde, Apolo, ante el clamor sordo 

que se derrite ante tu templo recobrado! 

¡Responde lo que quieras, Apolo, trino 

de corona infinita e insulzo brillo! 

¡Mira las caras de quienes aquí vivimos 

esperando las cañas de tu sagrado vino! 

¡Libéranos del sinsentido, Apolo, trino 

sobre tu campo queremos vivir dignos! 

¡Intercede ante el Olimpo y ante la nada 

por nosotros, granos de insignificancia! 

¡Explica el secreto tras la etrusca letra 

que apenas se hace cargo del ahogo! 

Hazte presente aquí, sobre esta grieta 

al centro de nuestro ardiente círculo 

donde te cobijamos con cojín de pluma 

nuestra pluma, somos aves y eres puma


He terminado de recitar y mi mareo sólo aumenta cada vez más. La verborrea ha absorbido todo contenido visual posible. La comunidad de poetas está en éxtasis. Un silencioso éxtasis, si me permiten acotar. Sus ojos están blancos y muchos ríen con la boca muy abierta aunque sin sonido alguno. No pocos se han transformado en bestias y han corrido al campo a perderse y a comer hojas de árboles ásperos. Algunos se han fusionado y convertido así en otras personas, condensándose en seres nuevos cuyos recuerdos deben ser, imagino, revoltijos muy perturbadores. Una buena cantidad de poetas han entrado por mis oídos luego de volverse líquidos viscosos. Comienzo a ascender. Mi mareo aumenta más, al punto de que sentir una plataforma bajo mi trasero es el único indicador de que el sentido de mi desplazamiento es hacia arriba. Todo da vueltas y decir “en círculos” es simplificar burdamente un garabato del espacio-­tiempo que está siendo rayado groseramente sobre el muro de mi sensibilidad. Cierro los ojos. Cierro los ojos y trazo una esfera imaginaria en el campo de existencia de mi cuerpo. Clavo las tres espadas. Pido al oráculo arreglar la sintonía fina de mi experiencia. Observo.


Estoy sobre la mano de Apolo, quien me mira sin que yo pueda contemplar su rostro de vuelta. Tengo la duda de si pedirle que me coma ­porque si me quiere matar, que al menos mis restos se descompongan en su sagrado estómago­ o si solicitar, a su piedad, que me lance con todas sus fuerzas hasta el sitio de mi casa, por allá lejos de esta Grecia recuperada por las almas de milenios que encontraron cuerpo en viajeras y viajeros que se han perdido voluntariamente en contemplar lo que no se muestra, en saborear lo que no tiene sustancia y en amar aquello que siempre hemos amado y que jamás hemos abrazado. ¡Actúa, Apolo, sobre mi rostro!


El samurai cachaña

 SAMURAI CACHAÑA


Por Antonio Baeza Henríquez "Galgo", escritor bestia, 2022



Usualmente el samurai cachaña camina por los senderos de tractores dentro de los campos mientras algunas moscas horribles -porque las hay que no lo son tanto- beben en festín la sangre que aún permanece en la hoja afilada de la katana con mango de pellín que hace poco a algún cristiano arrebató el hilo que amarra el cuerpo al alma. Dicen en Comala los finaos que ese hilo de sangre amarra el alma al corazón pero, desde mi estadía en Mata Cuadrada, República del Ñuble,  me inclino a creer más bien que se trata de puntos descosidos que el ángel de la muerte, pésimo cirujano, quitó sin pulcritud de la sutura entre lo anímico y el hígado. Si el asesinado es borracho, en buenahora se puede colar el hígado desvinculado del alma para ver cuántos mililitros de alcohol se alcanza a rescatar. Lleva una cantimplora de músculo, de hecho, el samurai cachaña. Que no se diga que mata porque sí, porque en realidad mata porque no. Ante el ‘talvez’, sigue su camino. Ante el vino, saca una caña de vidrio y, una que otra vez, llora. Si lo ves llorar y lo consuelas, te pide vino. Si tienes vino, te pide. Si no, te mata. Si no le das luego de que te pidió, te mata. Si lo ves llorar y no lo consuelas, te mata. El samurai cachaña dejó la piedad en un río el otro día y se la robaron. La misericordia se la sacaron de la bodega y cuando pilló al ladrón lo insultó tanto que a puras chuchás lo asesinó. Pero un retorcido honor conserva en su doctrina: Al matar a alguien, escribe un poema sobre su piel, no usando sangre como tinta sino que tinta como sangre que se le sale de las venas en versos que lloran cómo la anaranjada y amarilla tarde quema la triste escena que los titiriteros de la voluntad imprimen para regocijarse con la crueldad, gore de los dioses, o como se llamen. 


Cierta vez el samurai cachaña iba rápido corriendo hacia el pueblo con el puño de la mano izquierda constantemente apuntando hacia arriba para que pudiera verlo cualquier camioneta, carreta de bueyes o caballo. Con o sin jinete. Si el jinete se resiste, muere. Si no, puede volverse un muy buen amigo. Así pasó esa tarde amarilla y anaranjada de ardiente reflejo de sol en los pastos secos. Catrihuanca justo venía en un carreta tirada por tres caballos, montado en uno y arreando otros dos que iban supervisados por unos lazos. Venía raja durmiendo tanto vino y una cajetilla de cigarros Fox le acompañaba en el asiento, con dos cilindros saliéndose. Traía además un ganso en un saco, con el cuello hacia afuera, en silencio mirando cual si se hubiera inyectado un libro de Camus, posando en esta pintura de Rugendas junto a una chuica llena de algo que parece vino pero que, si nos acercamos, se hace notar como lo que es: Cebollas en escabeche. Y eso se fue comiendo el samurai cachaña junto a su amigo, con quien iba dialogando mientras se puso cuatro cigarros prendidos en la jeta acompañados obviamente de una cañita de vino, una de plástico con flores, facilitada por su esposa María Garrido que la compró en el mall chino de El Carmen, centro urbano más cercano. 


Samurai cachaña en texto normal. Catrihuanca en cursivas.


Oiga qué está bueno el vino amigo ¿de donde lo sacó, es de casa o es de fábrica?


Noooo ese es de la finca e Manolo que sacó hace poco cosechó hace poco hartos barriles y los vendieron de hecho que andaba una gente con colosos grandes con los camiones y asi “que bueno” ijo manolo “que me fue bien con esta tirá que dejó harta chamba y lléese todo el vino que quiera Catrihuanca que hay pa bañar yeguas y un par de elefantes incluso” (risas) aaah que siempre anda con talla Manolo y nooo está muy bonita la casa que tiene oiga, harto patio, tiene unos perritos bien bonitos nuevecitos qwue ahi juegan con los nietos o los sobrinos que son parece que vienen a descansar acá no sé si de Chillán o no sé, pero que bonita la casa del hombre.


Huuuu! es que el vino de esta zona es más dulcecito que cualquier otro opino, dulcecito y curaor también por supuesto, pero todos curan, este cura mejor el paladar ¿me entiende? 


Claaro el paladar que le hace muy weno ¿no?


Señor, tengo que decirle algo. Maté a alguien (silencio, ocho segundos). Disculpe que se lo diga pero tenía que decirle la firme y le digo: Maté a una persona hace un rato, allá en el bajo, vengo de esa pega. O más que pega, era un trámite muy necesario. 


(silencio de 4 segundos) No gancho si con que no me mate a mí yo no tengo problema (risa nerviosa), mate a quien quiera, oiga ¿y usté mata pa’ comer? ¿Se come a los finaos después o qué hace?


(risas; se relajan ambos) Nooo, yo no me los como, cómo se le ocurre, igual no le hago asco en caso de hambre, pero en este caso no es que me los coma sino que tenían simplemente que morir y a mí me toca matarlos. Mire, los cadáveres luego yo los someto a un ritual bien bonito: Les escribo un poema sobre su piel, les amaso con un aceite especial que los deja con un buen aroma y vuelve mucho más lenta la pudrición, lo envuelvo en unos paños que hago de sacos de harina, que los tiño, y los entrego a la policía discretamente. Me ven pero nadie me dice nada porque, yo pienso, no se atreven. Una vez tuve que pitearme a uno de ellos lamentablemente, no voy a comentar por qué pero le digo, usted quizá me entiende amigo, amigo ¿cómo se llama?


José Evangelio Catrihuanca pa servirle


Don Catrihuanca yo le digo: Hay gente que merece morir. Que tiene que morir. Que su hora ha llegado y que el modo indicado ha sido la ejecución, la más honorable de las ejecuciones oiga. 


No si de que se tienen que morir unos cuantos culiaos es verdá (risas) 


Don Catrihuinca ¿Usted quién piensa que tiene que morir? Así por ejemplo.


(piensa 9 segundos y toma un trago largo de vino) Nooo yo creo que el manco Lucho y que me perdone diosito porque le falta una mano y todo pero el manco Lucho conchesumare tendría que morirse y puta que dan ganar de matarlo al culiao porque es un delincuente culiao no de esos que roba pa comer sino que roba para hacer daño oiga, reculiao grande no má ese aparte que además le pegaba a la señora a la suegra los hijos y hasta los perros los agarraba a patás y andaba gritándole weas a la gente que pasa nooo si el conchesumadre ese ojalá un dia se lo piteen pero no soy de corazón de decirle a usté que lo haga porque tampoco no me meto ná, usté sabe a quien mata a quien no mata pero de que es reconchesumadre ese viejo reculiao puta que lo es.


Por lo que me cuenta, claro que sería posible que alguien quisiera matarlo, igual recomendable que se siga el conducto regular como le dicen y lo denuncien a los pacos y se cumpla ley, yo sinceramente soy partidario de eso don Catrihual, no me gusta eso de que la gente se ande creyendo dueña de hacer justicia y anden cobrando ajustes de cuenta o andar matando gente a sueldo, yo creo en las instituciones aunque no lo crea, amigo. No mato gente porque sean unos conchesumadres necesariamente, a veces resultan serlo y otras veces una lágrima se me cae y se parte en el filo de mi katana oiga. Menos ando haciendo asesinatos a sueldo, yo no soy sicario, amigo, yo he matado a varios sicarios si, pero no necesariamente porque sean sicarios ¿me entiende?


Lo entiendo gancho oiga perfectamente y mándele vino mierda (le sirve una caña hasta arriba, rebosante, botando líquido sobre una manta que anda trayendo) y le cuento sabe gancho yo sinceramente le digo que yo también he tenido que matar pero fue en defensa propia oiga, yo una vez casi me voy pa’l patio de los callaos y eso que ni siquiera era por unos animales míos por último sino que eran de mi patrón de ese tiempo, yo era cauro, yo trabajaba en las cerezas pa’ Pemuco y también cuidando en las noches los campos ahí del mesmo dueño pa que no se roben los animales y ahí llegaron unos cuatreros, hartos cuatreros, yo estaba solo en una ranchita cuidando en la noche los novillos las vaquillas un par de bueyes que tenía el hombrón y se los querían filetear ahí mismo, en vez de llevarse las weás por ultimo las carnes pa’ faenar en la casa pero la hacen ahí mismo los reculiaos y me cacharon que yo estaba ahí con una vela encendía escuchando “El lecherito mexicano” en la radio y no pasé piola, qué iba a pasar piola ahí si yo estaba cuidando y siempre las noches eran tranquilas, más aburrías que otra cosa la wea pero ese día justo andaban esos weones y empezaron a dispararme a mí, rebotaban las balas en la lata de la rancha, tremenda tronaúra que tenían los culiaos, y yo tenía una escopeta grande y con esa me fui pa’ un altito que había ahí, que justo estaba escuro y les apunté a los culiaos y le di a dos, a uno en la pierna y se fue cojeando, los otros culiaos se fueron arrancando y a uno de los culiaos le dí medio a medio en el pecho y me lo pitié, lo maté al culiao y yo no sabía que chucha hago ahora, salí rajando a la rechucha a esconderme, me puse a llorar, lloraaaba, chirreando como caurito chico, de verdad le cuento que me puse a llorar del miedo de no saber qué weá había hecho y esa fue la verdad la primera y última, no salgo ni a cazar, aunque una vez si tuve que salir a empuñar un rifle porque andaban hace poco no sé si se acuerda otros weones robando y ahora si que hartos culiaos, pero ahora tiré un balazo pa’ arriba y salieron cagando todos los culiaos parecían loros los culiaos rajando (risas).


Oiga Catrihue no me diga ná, me dejó pa’ la cagá con lo que me acaba de contar, qué quiere que le diga, y déjeme que le diga, a usted le pasó eso y me entiende bien entonces lo que le quiero decir. Esa persona que usté mató tenía que morir, en este caso no se sabe por qué, pero usted no lo mató porque pensara que tenía que morir sino que para defenderse, o quizá sin pensar no más, pero no andaba usted dando muerte a nadie creyéndose justiciero. 


Noooo yo qué voy a andar en esa wea yo no ando ná con esas cagás yo trabajo en el campo nomá no le hago ná daño a naiden, puro wear nomá con los viejos culiaos ahi meta tomar vino contar chistes escuchar rancheras o bajar con la vieja a pueulo y llevarla a comer alguna cosita oiga, yo soy hombre de bien pue oiga, yo no soi ná asesino como usted, con respeto si, con mucho respeto, a mí me tocó matar esa vez pero usté gancho lo hace como trabajo lo veo aunque ya me dijo que no lo hace ná por encargo pero sí porque tiene que hacerlo por deber y yo no soy quien no soy ni cristo ni diaulo pa decirle algo, aparte que me cae bienazo, buena gente oiga, salucita salú tomando mierda (chocan vasos) ¿cómo es que se llama usté?


No tengo nombre, don Catrihuinca. A todo esto, le he dicho cualquier otra weá, ahora ya no se me olvida más su apellido, don (risas). La verdad, como le digo, no tengo nombre. La primera vez que maté a alguien con esta misma katana, que fue de hecho la primera vez en todo sentido, renuncié a mi nombre. Saqué un tarrito de pintura esa vez y en la espalda del hombre escribí el que era mi nombre, al que di sepultura junto al cuerpo esa vez, esa última vez en que me referí a mí mismo con esas palabras que ya ahora, no le miento, se me olvidaron, o a veces tiro a recordar pero ya con duda ¿me entiende? 


No me diga, gancho


La pura verdá nomá.


(silencio, 6 segundos) Y entonces pa’ cuando hay que llamarlo ¿cómo hay que decirle entonces? (risas) “Oiga.. amigo… oiga… el hombre de la espada larga”, cómo chucha lo hace cuando la gente tiene que ubicarlo por alguna cosa, no sé, eso si se que no se haía visto por acá oiga, mire que va a andar sin nombre, le creo en todo caso gancho porque yo me doy cuenta y de verdad le digo que me doy cuenta que usté es hombre honesto, weno de aéntro, de corazón bueno (comienza a llorar), de mente bien clara también, que reconoce además lo que hace, lo que hizo antes, incluso reconoce que va a seguir matando gente y dele nomá pa’elante y yo rezo por usté pa que diosito entienda el asunto que no es ná tan fácil de entender, le digo con respeto siempre pue amigo, no es ná tan fácil de entender de wenas a primeras pero diosito es grande es justo y quizá también él ha tenido que matar pue, si no le digo que en la santa biblia dice que una vez dios tuvo que matar a todos los animales y todas las personas del mundo menos los que salvaron en el barco de no me acuerdo quien chucha pero ahí murieron todos, dios se piteó a todos los culiaos no má y después hizo el trato de nuevo y les dijo “ya, si dejan la cagá de nuevo ya saen lo que puedo hacer”, mostrando todo su poder diosito así que yo no digo ná cosas en vano ni weas porque quién sabe se enoja el hombre me manda un rayo me parte el tungo la raja la espalda me quema entero quedo pura ceniza nomá ¿quiere otro cigarrito gancho? gancho no más le digo porque no tiene nombre pue (risas). 


Justo en ese momento, se ve en la vera del camino un hombre de mediana edad con boina y manta que orina junto a un cerco mientras su caballo pasta y bebe agua de una acequia muy limpia de plantas rojizas que tiñen su reflejo y le hacen parecer el flujo de acopio de la sangre de los asesinados del mundo, de la historia. Al acercarse, sin embargo, el agua se denota cristalinísima, capaz de tener cualquier color que se le antoje al pintor. Hablando de pintor: El que orina es justamente un pintor. Un poco más hacia adentro, en un pequeño espacio entre árboles justo a una antigua gruta sin virgen, descansa su cuadro y sus utensilios. No se ve el cuadro, pues mira en dirección opuesta a la de quien contempla desde el camino. El samurai cachaña le pidió detenerse por un minuto a Catrihuanca: el deber le llamaba a matar a este hombre que, por cierto, aún no finalizaba su mear. No alcanzó el borracho conductor de la carreta a detener totalmente el vehículo cuando, ágilmente, el samurai cachaña saltó desde su asiento hacia la acequia y, con dos cigarros en la boca, hizo una maniobra con la katana que decapitó inmediatamente al malogrado artista cuyo cuerpo cayó al suelo con el cuello chorreando abundante sangre en todas direcciones y con las manos aún en el pene que, manchado de pintura al óleo negra, roja y amarilla, goteaba aún sus últimas ureas. Luego de ese fugaz momento, el samurai cachaña se limpia de la sangre que le salpicó en la acequia ya mencionada -que se volvió un tantito más roja que antes-, medita unos segundos y luego saca de su morral unas sábanas para envolver el cuerpo, aunque antes escribió sobre el pecho del cadáver el siguiente poema con un plumón, uno que adquirió en una librería de El Carmen:


Tarde necia de hosco noviembre, remito ante tí 

mi pena parida y el riel sin rueda de mi tren sin paz

cortos y largos suspiros maltean la juerga en la melga

melga en que las frutillas acicalan un grito a mi llanto

no bien la murra reciba el gusano amarrado de mi culpa

y que se saque pulpa y pernil silente del juicio en veda

humaredas abiertas, esculturas cerradas, nuevos aires secos

lobos haciendo eco de ladridos mal paridos de perros de lejos

chancho, pasada de salida de cuenta atroz del halo magro y clavel

derrotada hoy está la sutura del bien no hechicero

¿son las tinieblas de cartón O acaso simulacros de aceite de niebla?

poco respiro a estas alturas en que el polvo de ojos raspa y pincha

se hincha el pecho del fluvial rastrero de pelos recios y cuadra ciega

pudridero, sazón de vida, generaciones podridas en el jardín de los cielos


La “O” mayúscula del verso que se pregunta por la naturaleza de las tinieblas coincide con el ombligo del cuerpo descabezado del pintor. El aceitado ritual del cadáver es llevado a cabo por el samurai cachaña mientras, con la carreta detenida, Catrihuanca no mira sino que simplemente fuma mirando hacia adelante. No está feliz ni triste. Menos asustado. Nunca enojado se le ve. Calmado espera. El rabillo de su ojo alcanza a notar el cuadro que está de espaldas al camino. Quedó inconcluso. Se le cae ceniza del cigarro y le quema el pantalón. Le duele un poco pero se sacude rápidamente. No emite sonido alguno. Se cuida de hacerlo para no sobresaltar lo que ocurre tras su carreta. 


Luego de 10 minutos -quizá un poco menos-, el samurai cachaña termina su faena y se sube nuevamente a la carreta, tomando asiento junto a Catrihuanca y sacándole un cigarro de la cajetilla, que ya se va vaciando. En El Carmen compran otra, dice el samurai cachaña. Implícitamente, el portador de la katana -esta vez lavada- espera que el silente carretonero haga partir nuevamente a los caballos, pero ello no ocurre. Luego de 8 segundos, Catrihuanca habla: 


Oiga no vio que pa’llá hay como una pintura una wea así que parece que el hombre estaba pintano antes de venir a mear, a pegarse su última meá (risa nerviosa).


Oiga, tiene toda la razón. 


Silencio. Hacen salud y toman más vino. Como que se tira a curar el samurai cachaña pero no pierde el foco. Catrihuanca va hecho bolsa.


Silencio.


Se bajan ambos al mismo tiempo de la carreta y van a mirar el cuadro. Se pone algo más rojo el atardecer que avanza lenta pero inexorablemente. Llegan al atril y miran el cuadro. 


No lo pueden creer. 


En el cuadro la pintura ya estaba casi lista, prácticamente lista. Una pintura con algo de impresionista, de trazos gruesos, aunque se puede observar con detalle la escena: Un cielo rojo del mismo color que el que les cubre en ese momento, una carreta idéntica a la de Catrihuanca, incluyendo hasta el ganso y la chuica de cebolla en escabeche. Hasta se dio el trabajo de dibujar una cebolla mascada en el costado del asiento que va vacío. Los caballos, también idénticos a los reales, posicionados exactamente de la misma forma. El corcel del finado, por su parte, no aparece. Miran hacia el sitio del suceso Catrihuanca y el samurai cachaña y comprueban que, efectivamente, el animal se ha escapado quizás hacia dónde. El pintor, de hecho, se dibujó a sí mismo decapitado, con las misma boina, la misma indumentaria. La acequia roja a veces y multicolor en otras, exactamente como se repartían esas tonalidades desde el punto de vista del ojo que se sitúa tras el atril en esa misma situación. Están anonadados. No tienen miedo. Curiosidad, difícil saberlo. Estupefacción, sin duda. Se trajeron un cigarro cada uno, por cierto, y lo prendieron en ese momento. El viento lanzó el humo hacia adelante, hacia la escena. Y la distorsión de la imagen que vieron, torcida entre blancos visillos volátiles, también estaba pintada. 


Estuvieron mirando la pintura unos 5 minutos. No dijeron palabra alguna, aunque sí lanzaron varios escupos. Sólo se volvieron a subir y miraron hacia adelante, sin partir de inmediato. Cada uno con su vaso a medio llenar y con la cajetilla ya vacía. Absortos, pesan como el óleo sus cuerpos y su circunstancia. Así, vistos desde adelante, con sus rostros plenos hacia el ojo, se les inmortalizó en otra pintura impresionista: El nieto perdido de Rugendas quiso inmortalizarlos y se presentó con su obra en un festival municipal de arte en Coelemu, pero el jurado lo desestimó. A la profesora de artes no le gustó, porque ella en realidad hace telar y en eso se especializa. Como no se interesa por la pintura, sólo se fija en lo que le interesa y, la verdad, ni se molestó en ponerse los lentes para ver más allá de la borrosa imagen que escrutó. Así, hoy ese cuadro duerme bajo el polvo en los bodegones municipales de tal pueblo, meado por gatos, escondido tras unos muebles podridos, muy antiguos; eran archivos, probablemente, aunque hoy sólo guardan cucarachas.